
Amenazado con la destitución, el presidente cae en
la irrelevancia tras cinco semanas de protestas que no ha sabido gestionar.
Chile fue alumno avanzado
de EE.UU. en la aplicación del neoliberalismo que ahora cuestionan en las
calles sus indignados ciudadanos y también adoptó expresiones como “pato cojo”
(lame duck ) para referirse al presidente que no puede optar a la
reelección y ya apenas tiene poder. Como no hay reelección inmediata, empieza a
ser “pato cojo” tras el tercer año, pero Sebastián Piñera ya lo
es con poco más de año y medio en La Moneda. Además afronta una petición
de impeachment , aunque con pocas probabilidades de prosperar.
El presidente se ha visto desbordado
por las protestas violentas, que ya cumplen cinco semanas. Incluso echó leña al
fuego al hablar de “guerra” y sacar a los militares a la calle, decretando el
estado de emergencia y el toque de queda. Las palabras de Piñera ya tienen poca
relevancia, como quedó patente tras su último discurso, el domingo de la semana
pasada.
En otras circunstancias, el mensaje
presidencial hubiera sido esperado para marcar el rumbo, que con muchas
dificultades tratan de señalar los desacreditados partidos desde el 14 de
noviembre, cuando en un acuerdo histórico anunciaron la ruptura total con el
régimen de Pinochet y la convocatoria de un referéndum en abril. Con toda
probabilidad los chilenos optarán por una nueva Constitución y finiquitar la
actual, creada por la dictadura, que consagra un modelo ultraliberal.
Al día siguiente los dos principales
diarios chilenos, El Mercurio y La Tercera, ambos
conservadores, apenas se acordaban del discurso, igual que el resto de los
medios. Piñera tardó tres días en pronunciarse sobre el acuerdo. “Si la
ciudadanía así lo decide, avanzaremos hacia una Constitución, la primera
elaborada en plena democracia y aceptada y respetada por todos”, dijo.
Desde entonces ha intentado recuperar
la iniciativa, pero, como buen pato cojo, su poder es escaso, aunque pretende
capitalizar algunas reformas sociales a las que el Gobierno se ha visto
arrastrado. Tampoco controla demasiado a los legisladores de la alianza
derechista que le apoya, Chile Vamos, que negocian con el
centroizquierda opositor los términos del plebiscito.
El foco de los medios y la opinión
pública está puesto en esas negociaciones y en el humor de la calle. Las
protestas siguen siendo diarias en todo el país, con epicentro en la plaza
Italia de Santiago –rebautizada popularmente como plaza de la Dignidad– y no
hay día sin algún incidente violento, un incendio, un saqueo o enfrentamientos
con la cuestionada policía militarizada, los Carabineros, cuyo director
anunció que dejará de usar perdigones y balines de goma.
El propio Piñera reconoció que “en
algunos casos no se respetaron los protocolos, hubo uso excesivo de la fuerza,
se cometieron abusos o delitos y no se respetaron los derechos de todos”. El
resultado más evidente de la brutalidad policial son los dos centenares de
personas con lesiones oculares, entre los más de 2.000 heridos, incluidos
miembros de las fuerzas de seguridad. La crisis ha dejado ya 23 muertos.
Varios diputados opositores presentaron
el martes la petición de destitución de Piñera. Aunque es probable que
la Cámara de Diputados decida iniciar el proceso, que sólo requiere
mayoría simple, el impeachment debe ser llevado a cabo en
el Senado, con el voto de dos tercios de los senadores. Chile Vamos tiene
más de un tercio y además muchos senadores opositores también están en contra
de tumbar a Piñera al considerar que aumentaría el caos y la sensación de
desgobierno.
Mientras tanto, el presidente trata de
instalar su discurso y volver a la calle. El viernes visitó un geriátrico para
apuntarse el forzado aumento de las pensiones. Le acompañaba su
esposa, Cecilia Morel, a pesar de que ella ha tenido algo que ver con
su caída de popularidad a un irrisorio 13%. A los pocos días de estallar la
crisis fue filtrada una conversación con una amiga donde reconocía que estaban
“absolutamente sobrepasados” y calificaba la revuelta como una “invasión
alienígena”. Pero lo que más indignó fue el reconocimiento, en privado, de la
gran inequidad que ha provocado esta crisis. “Vamos a tener que disminuir
nuestros privilegios y compartir con los demás“, dijo Morel.
Fuente:
lavanguardia.com