Josefina Cisterna recibió el diagnóstico de migraña a los 12 años, a pesar que los dolores de cabeza comenzaron de mucho más pequeña. Desde entonces comenzó con tratamientos con analgésicos y antiinflamatorios. Pero no funcionaban. “Con el pasar de los años lo fui probando todo. Llegué al tramadol, también a los antiepilépticos y antihipertensivos. Probé acupuntura, medicina alternativa, llegué hasta una machi para probar la medicina mapuche. Pero nada funcionaba. Y fue aprendiendo a vivir con dolor”, cuenta hoy a sus 31 años. Casi dos décadas de migrañas la llevaron incluso a internarse en la clínica para poder recuperarse de algunas crisis, y a estabilizarse al menos una vez al mes en la Urgencia.
“Ha sido muy desgastante. He gastado literalmente millones de pesos. Y ha sido muy duro también en términos psicológicos. Porque la gente que desconoce el tema derechamente no cree que un dolor de cabeza te lleve a tanto. Con los años aprendí a hacer mi vida con dolor de cabeza. A sobrellevar la fotofobia, la molestia constante, la pulsación en la cabeza. Solo cuando el dolor venía acompañado de desmayos, vómitos y paralización, entonces me quedaba en cama”, cuenta esta terapeuta ocupacional, quien ha vivido depresiones y cuadros de ansiedad por un dolor que era imposible detener.
Como explica el neurólogo Raúl Juliet, la migraña es un tipo de cefalea en la que el paciente experimenta un dolor intenso que puede estar asociado a náuseas, fotofobia (molestia a la luz) o dolor de cabeza pulsátil, entre otros. “Los pacientes consultan cuando el dolor es más intenso, aumenta en frecuencia y se escapa de lo que ellos llaman normal. Aunque lo normal es que a nadie le duela la cabeza”, comenta el especialista sobre esta patología que, en su versión crónica, está catalogada por la OMS como la sexta enfermedad más discapacitante que existe: solo en Estados Unidos se calcula que el año pasado se perdieron 157 millones de días laborales por la migraña, según la fundación The Migraine Research. “Es una enfermedad que afecta el funcionamiento laboral, social, el rendimiento académico. Provoca un detrimento de las funciones del individuo”, añade Juliet sobre esta patología que tiene amplia prevalencia en todo el mundo, que afecta principalmente a personas activas de entre 35 y 45 años y que está definida como una enfermedad neurológica invalidante.
En este contexto, el neurólogo Cristian Neira puntualiza que la migraña afecta entre un 12 a 14% de la población mundial, y de manera muy transversal, sin importar raza o condición socioeconómica. Su cronicidad, que representa entre un 2-3%, está dada por la presencia de síntomas durante tres meses o más, considerando en cada mes unos 15 días con dolor. La data existente muestra que prevalece mucho más en el género femenino: 8 de cada 10 cefaleas son en mujeres; y por cada tres mujeres con migraña, hay un hombre con migraña. “Es un cuadro que compromete a toda la persona, tienen más indice de depresión, más tasa de síndrome de intestino irritable, más accidente vasculares, más insomnio e incluso hay más tasa de suicidio en pacientes migrañosos”, añade el doctor Neira, quien explica que esta patología es esencialmente hereditaria y que se define como una disfunción cerebral mínima, donde el cerebro es más sensible a estímulos que normalmente no debiesen provocar dolor.
Tratamientos disponibles en la actualidad
La última crisis que tuvo Josefina Cisterna duró 11 días y la paralizó por completo. “Estaba realmente postrada, no sabía ni qué día era, ni qué hora era. Me sentía perdida, con un dolor extremo. Vomitaba cada vez que comía. Fue muy angustiante”, cuenta Josefina, quien luego de eso llegó a atenderse con el doctor Neira. “Con él inicié el tratamiento de la toxina botulínica. Y una semana después de haberme inyectado la primera dosis, desperté sin dolor. Era la primera vez que un tratamiento funcionaba de esa manera. Fue impresionante para mí”, comenta Josefina.
Hoy en día existen diversos tratamientos para la migraña, que son utilizados para prevenir crisis y también para tratarlas. Cada paciente, junto a su médico deben encontrar la combinación más efectiva, y esto es caso a caso. Para los más severos, la toxina botulínica es una terapia que está mostrando buenos resultados en pacientes en los que otros tratamientos más tradicionales no tienen efectos, como el topiramato (que pertenece a la familia de los antiepilépticos), betabloqueantes, antihipertensivos y antidepresivos en dosis específicas. “La toxina botulínica no es un fármaco propiamente tal, sino un producto biológico: una toxina que elabora una bacteria y que se ha visto que tiene un uso médico. Primero se vio que tenía buen efecto en personas con estrabismo y blefaroespasmo; se fue sumando a diversas especialidades médicas y hoy está mostrando muy buenos resultados en pacientes con migraña”, relata el neurólogo Cristián Neira. El tratamiento implica aplicaciones cada 3 o hasta 4 meses, y su rendimiento es de hasta un 50% en la primera dosis, un 60% en la segunda dosis y un 70% en la tercera. “Se ha visto que después de dos años de este tratamiento, ha habido incluso remisiones importantes de la migraña. Porque esta toxina lo que hace es ‘apagar’ los nervios sensitivos que causan el dolor en los pacientes”, añade el experto.
También es central que el manejo terapéutico incluya un estilo de vida saludable. “Se recomienda hidratarse de buena manera, entre 3 a 4 litros de agua al día, 30 o 40 minutos de actividad física aeróbica diaria, evitar el sobrepeso o la obesidad y dormir bien”, señala el neurólogo Raúl Juliet. Asimismo, añade el doctor Neira, se ha visto que hay alimentos que pueden actuar como gatillantes de crisis migrañosas, como es el caso del vino, el queso amarillo o el componente glutamato monosódico presente en muchos alimentos procesados.
“Trato de
mantener un estilo de vida saludable, porque realmente no quiero volver a pasar
por los dolores que he pasado. Hoy puedo costear un tratamiento como el de la
toxina botulínica, que es de alto costo. Ojalá pudiera masificarse, porque para
mí ha significado una nueva manera de vivir. Volver a aprender a vivir sin
dolor”, finaliza Josefina.