Chile es un país
reconocido por sus vinos, de los cuales los más prestigiosos se agrupan en la
zona centro del país. Hoy gracias a una investigación universitaria y a la
tradición irrumpe un vino del extremo norte de la nación sudamericana, una cepa
única rescatada de vides olvidadas que lograron sobrevivir en el desierto más
árido del mundo.
El vino llegó
a Chile de la mano de los conquistadores españoles y pasó de
producirse de manera artesanal para el consumo familiar a convertirse en
una importante industria a fines del siglo XIX. Ha inspirado a poetas,
escritores, músicos y artistas, formando parte de cultura, el patrimonio y la
identidad chilena.
La
longitud del país sudamericano, que se extiende a lo largo de 4.000 kilómetros,
le permite contener una original variedad de geografías y climas, que se
reflejan en sus vinos, con un sorprendente mosaico de sabores y cualidades,
provenientes de distintas cepas.
Junto
a la tradicional uva país, introducida por los españoles, existen muchas otras
variedades de vides, también introducidas desde Europa y conocidas
internacionalmente, que se encuentran en los primeros lugares de preferencia a
nivel mundial.
Chardonnay,
sauvignon blanc, riesling, cabernet sauvignon o merlot, además de otras
más particulares, como el carménère y el syrah que casi no se cultivan en
Europa, son las principales cepas que se trabajan desde el Valle del Limarí a
500 kilómetros al norte de Santiago, la capital, hasta el Valle del Itata, 400
kilómetros al sur. Ambos valles conforman la frontera norte y sur de las regiones
vinícolas de Chile.
Por
eso el descubrimiento de una cepa desconocida en la nortina región de
Tarapacá, a más de 1.700 kilómetros de Santiago, no solo sorprende por la
distancia y la aridez de la zona, sino que abre una nueva historia en la
industria del vino en Chile.
Rescate
de la tradición
La
Universidad Arturo Prat inició un rescate de material vegetal procedente de
plantas antiguas que quedaron olvidadas en el tiempo y que lograron sobrevivir a
las condiciones desérticas, caracterizadas por suelos salinos e inviernos con
altas temperaturas e importantes oscilaciones térmicas diarias. La historia
vitivinícola de la región fue iniciada por los españoles en el año 1548, y
terminó alrededor de 1937.
"Buscando
una alternativa productiva para la Pampa del Tamarugal se realiza el rescate de
estas plantas antiguas, que se encontraban en distintas localidades de la
región, plantas relictas (remanentes), que habían sobrevivido a más de 80 años
de abandono", señala a Sputnik Marcelo Lanino director del proyecto
Vino del Desierto.
El
proyecto formó parte de una tesis doctoral. Para llevar a cabo la recolección y
su cultivo se instaló en el 2004 un pequeño jardín de variedades, y se comenzó
con los análisis de las cepas halladas para determinar si correspondían a una
variedad conocida.
"En
este jardín se inician las evaluaciones agronómicas y moleculares, para
determinar, por un lado, las características productivas y también para
identificar las cepas encontradas. Este jardín constituyó las plantas madres
para la expansión de la superficie cultivada" detalla Ingrid Poblete,
investigadora del proyecto Vino del Desierto, en diálogo con Sputnik.
Cinco
fueron las cepas encontradas y analizadas: la primera que se identificó, en Santiago,
fue la cepa país. Posteriormente, los ADN se enviaron a España donde se
identificaron dos cepas más: gross colman, originaria de Georgia, y ahmeur bou
ahmeur de origen argelino.
Dos
genotipos blancos quedaron sin identificar, los que se enviaron a Francia al
Instituto de Investigación Agronómica, donde finalmente solo se identificó uno,
la cepa torrontés riojano, de origen argentino.
Una
última muestra quedó sin identificar, y tras la contrastación con cerca de
7.000 genotipos, y al no lograr su individualización, se procedió al registro
de la cepa ante el Servicio Agrícola y Ganadero en Santiago de Chile.
En
2016, después de dos temporadas de evaluaciones en terreno, se entrega el
registro definitivo de la cepa, constituyéndose en la primera cepa
vinífera chilena, bautizada como tamarugal.
"El
descubrimiento de esta cepa vino a coronar muchos años de investigación y
perseverancia, por lo tanto, un tremendo orgullo de entregar a la región de
Tarapacá y al país la primera cepa 100% chilena", confiesan Marcelo Ladino
y Ingrid Poblete.
Es
posible que su origen se deba a una mutación, dadas las condiciones extremas
del desierto que provocaron un cambio genético, que la transformaron en algo
nuevo, que le permitió sobrevivir y adaptarse a las condiciones del desierto
más árido del mundo, constituyéndose por tanto en un patrimonio genético
invaluable.
Vinificación
y comercialización de las cepas del desierto
Mientras
se hacían las identificaciones de las cepas, el proyecto del Vino del Desierto,
comenzó a sembrar en superficie y a realizar su primera vendimia en
2006 de manera artesanal, con el tradicional pisado de uva, incluyendo las
vides procedentes del jardín de variedades.
"Utilizamos
las plantas que teníamos en un viñedo antiguo y las que estaban en el jardín de
variedades. En una primera etapa generamos un vino de tipo artesanal,
posteriormente logramos incrementar la superficie por medio de un proyecto
denominado Fondo para la Innovación y Competitividad (FIC- 2011) de la Región
de Tarapacá", detallan ambos investigadores.
Este
fondo, cuenta Lanino, les permitió adquirir el equipamiento tecnológico para
lograr un proceso enológico moderno utilizando estanques de acero inoxidable,
máquinas, equipos e instrumentos y un laboratorio para controlar los procesos y
lograr un vino de tipo comercial.
Junto
a un equipo de colaboradores conformado por profesionales, técnicos y
trabajadores recolectores de la viña, todos tarapaqueños, comienzan a elaborar
las distintas variedades de vino.
Cinco
años después la dedicación al proyecto y el hallazgo de la nueva cepa el Vino
del Desierto tuvo su reconocimiento. El 2018 la vid originaria Tamarugal, en su
versión blanco abocado, obtuvo medalla de oro en el concurso internacional
Catad'Or Wine Awards, lo cual ratifica la calidad del vino.
Ese
mismo año se adjudican un segundo proyecto FIC para implementar el Enoturismo
del Vino del Desierto, que les permitió establecer una ruta del vino.
Inaugurado en agosto del 2019, con esta actividad turística comenzaron a dar a
conocer los productos de la investigación aplicada por más de 15 años.
Una
difusión que se ha visto afectada por la pandemia del COVID-19,
"principalmente en la vinculación con el público en general,
interrumpiendo las actividades de difusión en terreno, especialmente en el
desarrollo de la Ruta del Vino del Desierto", explica Poblete.
La
producción de vino continuó, según señala Lanino, aunque con menos personal.
Además, se incrementó en forma sustancial el uso de redes sociales y
participación de reuniones virtuales, "de manera de continuar respondiendo
a las consultas y preguntas que nos llegan respecto al proyecto".
El
futuro
Para
Lanino y Poblete las proyecciones, pasan por fortalecer la identidad
territorial, transmitiendo los resultados que han logrado en estos años a los
agricultores de la Región de Tarapacá, "considerando las plantas, la
experiencia y el paquete tecnológico para poder producir Vino del
Desierto".
Para
ello están postulando a recursos regionales para poder habilitar por lo menos a
10 agricultores de distintos lugares para que puedan "realizar el cultivo,
aprender los manejos y las actividades requeridas para el desarrollo del
viñedo", ampliando los conocimientos y las fuentes de trabajo de su
región.
Fuente:
Sputnik