La reconstrucción que emprendió Chile
después del devastador terremoto de magnitud 8,8 y el tsunami del 27 de febrero
de 2010 está prácticamente finalizada una década más tarde, pero la catástrofe
dejó cicatrices menos visibles que las víctimas aseguran que nunca olvidarán.
La madrugada del 27F, el sexto sismo
más fuerte del mundo desde 1900, marcó un antes y un después en la historia del
país: 521 personas murieron y miles vieron cómo el océano se llevaba sus casas,
sus comercios y, en el peor de los casos, sus seres queridos.
El terremoto tuvo su epicentro en la
región del Ñuble, en el centro-sur del país suramericano, unos 400 kilómetros
de distancia de Santiago, y provocó un tsunami que azotó el litoral más
cercano, con especial intensidad en las localidades de Dichato, Talcahuano y
Constitución.
Dichato: Zona cero
El pequeño pueblo costero de Dichato,
unos 30 kilómetros al norte de Concepción, la capital de la región del Bío Bío,
vive su mejor verano desde hace una década: los turistas llenan sus soleadas
terrazas, alquilan kayaks y compran recuerdos en los puestos instalados en los
2.500 metros cuadrados de paseo marítimo.
Pero en 2010 su playa lucía muy
distinta. Las destructivas olas que llegaron apenas 20 minutos después del
"megaterremoto" asolaron el 80 % de los edificios y causaron la
muerte de 56 personas en su borde costero.
"Fue terrible, salí corriendo
hasta el punto más alto que pude. Desde arriba sentía el ruido del mar, que era
como un monstruo, y vi como subían unas masas oscuras", relató a Efe
Cecilia Bustos, cuya casa está a pocos metros de la orilla.
Bustos no pudo dormir durante dos meses
y hasta que su hermana no volvió de Nueva Zelanda no se vio con fuerzas para
volver a entrar a su hogar: "Estaba tan impactada que mi cuerpo temblaba
todo el día, no podía sentarme".
Una catástrofe convertida en
oportunidad
Una de las vecinas que lideró la
respuesta a la catástrofe en Dichato las semanas posteriores al 27F fue María
Angélica Torres, gestionando la ayuda para los heridos e iniciando un catastro
de los daños materiales.
Conocida como "Keka", años
después cumplió su sueño de abrir un restaurante y hoy dirige dos
establecimientos de éxito con vistas al mar: "Dichato fue el icono de la
devastación, el icono de la reparación y ahora tenemos un pueblo turístico con
una costanera que nada tiene que envidiarle a Viña del Mar".
A su lado, el responsable del plan de
reconstrucción de la localidad, Ivan Cartes, observa orgulloso su creación:
"Se pudo avanzar muy rápido porque la comunidad estaba muy organizada, con
un sentido de desarrollo en equipo, de comunidad".
El extenso paseo marítimo de Dichato
está plagado de obstáculos físicos -muros de mitigación, barreras hechas con
rocas e incluso un bosque de cuatro hectáreas- para amortiguar la agresividad
de un hipotético nuevo tsunami.
"Chile está en las primeras
posiciones mundiales en cuanto a la interacción entre la participación social y
la iniciativa de Gobierno", explicó a Efe el experto en planificación,
aunque aseguró que "ninguna comunidad está 100 % preparada ante un
desastre de esa magnitud".
"Jamás hubiese querido vivir algo
así"
En la ciudad portuaria de Talcahuano,
el proceso de reedificación fue menos participativo y algunos vecinos se
negaron a abandonar sus casas, pese a ser declaradas "áreas rojas"
por el peligro al que están expuestas en un eventual tsunami.
"Yo soy nacida y criada aquí y
cuando me ofrecieron vivir en otro sitio dije que no", sostuvo a Efe
Jaqueline Rifo, quien se encontraba en un velorio la madrugada del tsunami y
abandonó el sitio con el resto de residentes de Caleta Tumbes, un hospitalario
paraje de pescadores con decenas de barquitos esparcidos por el mar.
Cuando regresaron horas más tarde, ya
no quedaba ni rastro de sus hogares: "Jamás hubiese querido vivir algo
así, fue horrible".
El océano vació la bahía para luego
regresar con una fuerza extraordinaria, escupiendo lo que había engullido y
lanzando contenedores como proyectiles contra las fachadas. Una ida y venida
mortífera que duró horas y sobre la que las autoridades no alertaron.
De hecho, la Corte Suprema de Chile
condenó al Estado a indemnizar a los familiares de los fallecidos en
Talcahuano, alegando que "no solo no ordenaron una evacuación de la
población", sino que "entregaron información errónea" al llamar
a las personas a permanecer en sus casas.
Una década luchando por la justicia
A las 3.34 hora local (06.34 GMT) de
aquel 27 de febrero, Mónica Molina tenía claro que iba a morir: su edificio en
Concepción empezó a tambalear tan fuerte que acabó derrumbándose y partiéndose
en dos.
Cuando logró salir, vio que su
inmueble, el Alto Río, era el único que había sufrido un cataclismo de esa
magnitud, en el que murieron ocho personas.
Aunque las víctimas ganaron el juicio a
la empresa constructora e inmobiliaria por su responsabilidad en el colapso,
todavía no han cobrado parte de la indemnización porque los terrenos que los
condenados les cedieron como compensación tenían muchas deudas pendientes.
"Con lo que pasó, nos dimos cuenta
de que estábamos en condiciones muy precarias como país para enfrentar
desastres como ese", recordó Mónica Molina, que hoy preside la Fundación
Alto Río, con la que quiere promover una cultura de gestión de desastres.
"No debiera ser necesario sufrir
tanto para avanzar, pero parece ser que la humanidad aprende con los golpes. El
sufrimiento siempre es una oportunidad para crecer, y así lo hemos tomado los
sobrevivientes", sentenció.
Fuente: EFE