Más de dos mil fieles participaron en la
celebración de Domingo de Resurrección, misa que fue presidida por el Arzobispo
de Santiago, cardenal Ricardo Ezzati.
Al mediodía, en la Catedral Metropolitana, se llevó
a cabo la celebración que marca el final de la Semana Santa y que
conmemora la muerte y resurrección de Jesús, dando inicio al Tiempo pascual,
que termina en Pentecostés.
En la oportunidad, el cardenal habló a la comunidad sobre la integración: “Los discípulos de Jesús nos encontramos
este día celebrando la victoria de nuestro Dios sobre el mal, el pecado y la
muerte. Celebramos el triunfo de Jesús sobre la división para que la comunión
con Él, nos haga de verdad hermanos y hermanas entre nosotros, más allá del
color de nuestra piel, de nuestras culturas, de los límites de nuestros
países”.
En su mensaje explicó el tiempo de Triduo Pascual;
cómo el Jueves Santo recuerda la instauración de la Eucaristía, Viernes Santo
conmemora cuánto Jesús amó a su pueblo llevándolo a la cruz y Sábado Santo de
reflexión en la luz del cirio que representa la vida nueva de Cristo.
Agregó: “Cristo
ha resucitado, Él, centro de nuestra fe, fuente de nuestra esperanza, Él que
nos da la posibilidad de amarnos y servirnos, como Él nos ha amado y nos ha
servido en medio de las tribulaciones de este mundo de orgullo,
conflicto, separación y odio. Jesús hoy nos muestra dónde está la verdadera
esperanza”.
Continuó: “Hoy le queremos decir que creemos en Él, en su amor, en la fuerza
revolucionaria de su resurrección, que nos hace hermanos y hermanas y que nos
permite, al mismo tiempo que nos ponemos de rodillas delante de Él, ponernos de
rodillas delante de cada hermano y hermana que lo necesita”.
Sobre los migrantes, el Arzobispo de Santiago pidió un
compromiso a los fieles: “Una
mirada a nuestra ciudad de Santiago, aquí hay muchos hermanos que vienen de
otras partes de nuestro país y otros hermanos que vienen de otro países de
América Latina, que también están sufriendo momentos difíciles de su historia.
Tenemos que tener el compromiso de vivir nuestra fe como una levadura que
cambie el egoísmo en una generosidad renovada, para que transforme los
intereses económicos marcados por el dinero, por el interés por la persona, por
lo que es la persona”.
La ceremonia finalizó con la bendición plenaria,
que otorga la remisión por de los pecados, otorgando una indulgencia plenaria
para los fieles confesados.