Por Dra. Andrea Chávez
Neuróloga, Brain
Treatment Center Chile
Durante años, en el ámbito de la
neurología se creyó que el cerebro era un órgano aislado, casi impermeable a lo
que ocurría en otros sistemas del cuerpo. Sin embargo, mi experiencia clínica y
la evidencia científica reciente nos han ido mostrando que esta idea ya no se
sostiene. En el caso del Trastorno del Espectro Autista (TEA), la conexión
entre el intestino y el cerebro —el llamado eje intestino–cerebro— se vuelve
especialmente relevante para comprender aspectos conductuales, emocionales y
metabólicos.
Cuando hablamos de microbioma intestinal,
nos referimos a todos los organismos que conviven en el intestino: bacterias, hongos,
virus, parásitos, levaduras, espiroquetas, además de moléculas como los ácidos
grasos de cadena corta que influyen directamente en neurotransmisores y
funciones inmunológicas. Me parece fundamental recordar que cerca del 70% de la
serotonina cerebral se produce en el intestino; por lo tanto, cualquier
alteración en este ecosistema puede impactar en la regulación emocional, el
sueño, el apetito e incluso la función cognitiva.
¿Qué
determina una microbiota sana?
En mi práctica clínica observo que una
microbiota saludable requiere diversidad y alimentos de buena calidad. El
desafío actual es que gran parte de lo que consumimos está expuesto a tóxicos
ambientales, agrotóxicos y metales pesados, particularmente en algunos
productos del mar. Esto afecta la capacidad depurativa del intestino y su
equilibrio microbiano.
La microbiota, además, tiene un componente
heredado. La madre transmite su microbioma durante el parto, y la lactancia
también juega un rol crucial en este proceso. Incluso el estrés materno o el
uso temprano de antibióticos pueden modificar significativamente la
conformación de la microbiota infantil. Estos factores son determinantes en la
salud metabólica, inmunológica y neurológica de los niños.
Qué
dice la ciencia reciente
Uno de los avances que considero más
interesantes es un estudio publicado por la Universidad China de Hong Kong en
Nature Microbiology. Según este trabajo, que analizó muestras de más de 1.600
niños, se identificaron 31 marcadores microbianos asociados al TEA. Si bien
este tipo de hallazgos no establece causalidad —algo que la ciencia aún
investiga— sí abre la puerta a nuevos métodos diagnósticos más precisos y no
invasivos, además de orientarnos hacia tratamientos mucho más personalizados.
En mis consultas, no es raro encontrar que
muchos niños y niñas con TEA presentan mayor permeabilidad intestinal, una
condición que permite que toxinas entren al organismo y que nutrientes
esenciales se pierdan. Esta alteración del microbioma puede generar disbiosis,
sobrecrecimiento bacteriano e incluso enfermedades gastrointestinales que a
menudo se traducen en malestar, irritabilidad, sensibilidad alimentaria y
dificultades de absorción. Todo esto, por supuesto, puede amplificar síntomas
conductuales o emocionales y afectar procesos de aprendizaje.
Intervenciones
integrativas: Alimentación, suplementos y probióticos
Siempre digo que la alimentación es una de
las herramientas más poderosas que tenemos en el acompañamiento de personas con
TEA. Suelo recomendar evitar ultraprocesados, exceso de azúcar, colorantes y,
en varios casos, también el gluten y la caseína debido a las intolerancias
frecuentes que observo.
Pero esto no se trata de imponer
restricciones sino de personalizar. Por eso, insisto en realizar exámenes
específicos y trabajar con acompañamiento médico. A lo largo de los años he
visto cómo, mediante ajustes nutricionales, suplementos adecuados y probióticos
seleccionados según el perfil microbiano, se pueden lograr transformaciones
profundas: mejor regulación emocional, disminución de la irritabilidad o del
llanto y una mejor adaptación escolar. Incluso cambia la manera en que los
adultos perciben y apoyan al niño o niña.
Los primeros cambios suelen aparecer entre
la tercera y cuarta semana, aunque reequilibrar la microbiota completa puede
tomar alrededor de tres meses. Durante ese tiempo, incorporamos intervenciones
nutricionales, suplementación dirigida y, cuando corresponde, tratamientos
antiparasitarios o antibióticos.
Mirando
hacia el futuro
Estoy convencida de que la medicina del
futuro inmediato estará fuertemente enfocada en el microbioma. Los hallazgos
recientes —como los marcadores microbianos asociados al TEA— refuerzan la idea
de que el intestino es una pieza clave para entender y acompañar mejor a las
personas autistas.
Aunque todavía falta mucho por descubrir,
estamos ante una oportunidad única: utilizar lo que sabemos del microbioma para
crear intervenciones más efectivas, menos invasivas y profundamente
personalizadas. Y si eso contribuye a mejorar la calidad de vida de las
personas con TEA y sus familias, entonces estamos avanzando en la dirección
correcta.