
A un mes del estallido social, los chilenos
transitan por un sube y baja de emociones. De la perplejidad inicial han pasado
por el miedo, la angustia, la esperanza y la incertidumbre sobre cómo decantará
la crisis y cuándo podrán retomar sus vidas.
Tras el acuerdo histórico del viernes de convocar a
un plebiscito para luego redactar una nueva Constitución, tal como han pedido
manifestantes en las calles, reinó el alivio pero sin disipar una desconfianza
profunda en los políticos y una perplejidad generalizada.
Si bien las desigualdades de la sociedad chilena no
eran un secreto, la fuerza de la explosión social dejó a todos perplejos.
La imagen de decenas de estaciones del metro de
Santiago y varios edificios ardiendo ese viernes 18 de octubre son todavía un
registro difícil de digerir, al igual que la furia de los saqueos, los
enfrentamientos y la violencia policial que no han dado respiro durante un mes.
Pero también hay esperanza de un camino pacífico
como lo expresó la gigantesca marcha que reunió a más de 1,2 millones de
personas en el centro de Santiago el 25 de octubre, en una especie de catarsis
colectiva donde los chilenos volvieron a mirarse a las caras para pedir mayor
igualdad.
"Si de emociones se trata, he pasado por
todas: alegría al sentir el despertar de Chile; miedo al ver los militares en
las calles y el fantasma de la dictadura, desagrado e ira cuando muestran
personas saqueando y quemando nuestro país y tristeza cuando veo que hay
chilenos que no son capaces de empatizar con las necesidades de otros",
dice Jimena Banús, gerente de una empresa de comunicaciones, de 42 años.
"Lo que me ha pegado más fuerte, es sentir que
desde mi lugar nunca noté este malestar que se encubó por años. Creo que de
alguna forma se normalizaron ciertas situaciones y da tristeza", agrega
Carolina, una contadora de 38 años.
Incertidumbre
Un mes después, con el acuerdo político para
realizar un plebiscito en abril para cambiar la Constitución, la incertidumbre
sigue apoderándose de los chilenos, que transitan entre las ganas de que todo
acabe ya pero también de que se concreten los cambios exigidos en la educación,
salud, y sobre todo el sistema de pensiones.
"Ojalá todo esto acabe pronto, pero tienen que
haber cambios reales", dice Juan Carlos, un cajero de supermercado, de 56
años, que en sus días libres acomoda también autos para poder mejorar su
salario. "No puede ser que después de trabajar tantos años recibamos tan
poca jubilación. No es justo", se queja mientras ruega porque no saqueen
el lugar donde trabaja.
"Este mes es como que se acabó el mundo para
nosotros, más pobres somos (...) Tenemos miedo de que los políticos no se
pongan de acuerdo y que esto se quede así. A mi me gusta mi país pero lo que
salió a pedir la gente lo necesitamos, tenemos que estar mejor", dice
María Paredes, una empleada de limpieza por días, de 46 años.
Acostumbrados a vivir en un país estable, los
chilenos hacen frente ahora también con preguntas hasta hace poco
inimaginables: ¿Abrirá el supermercado?; ¿hay marchas o clases?; ¿Habrá transporte
público?, ¿Dónde hay barricadas?
Pero algunos se acostumbran ya a vivir en esta
anormalidad.
"Aprendí a adaptarme al caos, simplemente
cambié de horarios y rutas para salir y llegar a casa, pero hago mi vida normal
por sanidad mental", afirma Ermy Morales, trabajadora de una agencia de
comunicaciones, que vive en la zona cero de las protestas y enfrentamientos, en
el centro de Santiago.
Los especialistas no ven una única forma de
enfrentar este tipo de situaciones extremas ni tampoco una misma manera de
canalizarlo.
Frente a una tragedia o fractura social, las
emociones "no se expresan en todos de la misma manera: desesperación,
pánico o inseguridad son vivencias que pueden experimentarse pero también hay
situaciones reparadoras que son fundamentales y son aquellas que han surgido en
estos días, asociadas al lazo social y el compartir con otros", plantea
Albana Paganini, directora de la clínica psicológica de la Universidad Diego
Portales.
Cabildos ciudadanos, encuentros de meditación en
plazas, espacios vecinales de conversación y las marchas pacíficas han
resultado ser encuentros reparadores "en la medida que el entramado social
permite aliviar la angustia", agrega Paganini.
En una sociedad más bien introvertida han surgido
espacios de catarsis colectiva en las que muchos han llorado, reído o expresado
sus esperanza de que tras toda esta explosión emerja un país mejor.
"No todo es malo. Muchos nos hemos vuelto a
encontrar. Todavía tengo esperanza de un futuro mejor para este país",
dice Alberto Cortez, un peluquero de 50 años.
Fuente: AFP