lunes, 25 de noviembre de 2019

Piñera se queda sin poder en Chile


Amenazado con la destitución, el presidente cae en la irrelevancia tras cinco semanas de protestas que no ha sabido gestionar.

Chile fue alumno avanzado de EE.UU. en la aplicación del neoliberalismo que ahora cuestionan en las calles sus indignados ciudadanos y también adoptó expresiones como “pato cojo” (lame duck ) para referirse al presidente que no puede optar a la reelección y ya apenas tiene poder. Como no hay reelección inmediata, empieza a ser “pato cojo” tras el tercer año, pero Sebastián Piñera ya lo es con poco más de año y medio en La Moneda. Además afronta una petición de impeachment , aunque con pocas probabilidades de prosperar.

El presidente se ha visto desbordado por las protestas violentas, que ya cumplen cinco semanas. Incluso echó leña al fuego al hablar de “guerra” y sacar a los militares a la calle, decretando el estado de emergencia y el toque de queda. Las palabras de Piñera ya tienen poca relevancia, como quedó patente tras su último discurso, el domingo de la semana pasada.

En otras circunstancias, el mensaje presidencial hubiera sido esperado para marcar el rumbo, que con muchas dificultades tratan de señalar los desacreditados partidos desde el 14 de noviembre, cuando en un acuerdo histórico anunciaron la ruptura total con el régimen de Pinochet y la convocatoria de un referéndum en abril. Con toda probabilidad los chilenos optarán por una nueva Constitución y finiquitar la actual, creada por la dictadura, que consagra un modelo ultraliberal.

Al día siguiente los dos principales diarios chilenos, El Mercurio y La Tercera, ambos conservadores, apenas se acordaban del discurso, igual que el resto de los medios. Piñera tardó tres días en pronunciarse sobre el acuerdo. “Si la ciudadanía así lo decide, avanzaremos hacia una Constitución, la primera elaborada en plena democracia y aceptada y respetada por todos”, dijo.

Desde entonces ha intentado recuperar la iniciativa, pero, como buen pato cojo, su poder es escaso, aunque pretende capitalizar algunas reformas sociales a las que el Gobierno se ha visto arrastrado. Tampoco controla demasiado a los legisladores de la alianza derechista que le apoya, Chile Vamos, que negocian con el centroizquierda opositor los términos del plebiscito.

El foco de los medios y la opinión pública está puesto en esas negociaciones y en el humor de la calle. Las protestas siguen siendo diarias en todo el país, con epicentro en la plaza Italia de Santiago –rebautizada popularmente como plaza de la Dignidad– y no hay día sin algún incidente violento, un incendio, un saqueo o enfrentamientos con la cuestionada policía militarizada, los Carabineros, cuyo director anunció que dejará de usar perdigones y balines de goma.

El propio Piñera reconoció que “en algunos casos no se respetaron los protocolos, hubo uso excesivo de la fuerza, se cometieron abusos o delitos y no se respetaron los derechos de todos”. El resultado más evidente de la brutalidad policial son los dos centenares de personas con lesiones oculares, entre los más de 2.000 heridos, incluidos miembros de las fuerzas de seguridad. La crisis ha dejado ya 23 muertos.

Varios diputados opositores presentaron el martes la petición de destitución de Piñera. Aunque es probable que la Cámara de Diputados decida iniciar el proceso, que sólo requiere mayoría simple, el impeachment debe ser llevado a cabo en el Senado, con el voto de dos tercios de los senadores. Chile Vamos tiene más de un tercio y además muchos senadores opositores también están en contra de tumbar a Piñera al considerar que aumentaría el caos y la sensación de desgobierno.

Mientras tanto, el presidente trata de instalar su discurso y volver a la calle. El viernes visitó un geriátrico para apuntarse el forzado aumento de las pensiones. Le acompañaba su esposa, Cecilia Morel, a pesar de que ella ha tenido algo que ver con su caída de popularidad a un irrisorio 13%. A los pocos días de estallar la crisis fue filtrada una conversación con una amiga donde reconocía que estaban “absolutamente sobrepasados” y calificaba la revuelta como una “invasión alienígena”. Pero lo que más indignó fue el reconocimiento, en privado, de la gran inequidad que ha provocado esta crisis. “Vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás“, dijo Morel.

Fuente: lavanguardia.com